Una vez fui al Barrio Rojo de Ámsterdam y conseguí un bombón chupa-chups de marihuana. Entré en una tiendita de cannabis por curiosidad y para comprarles regalos a unos cheros que bailaban este mambo. El amiguito de la caja me dijo que le caí bien y después de que pagué me regaló el chupa-chups. Probablemente esto lo hacía con medio mundo que entraba a su tienda, pero mi ego tiene pocas alegrías en la vida y hay que dejarlo ser feliz cuando se puede.
Yo en mi analfabetismo marihuano, mera consumidora de humo de segunda mano, no sabía que esta cosa venía también en paletas. Este bombón terminó encapsulando mi día en el Barrio Rojo, donde desayuné waffles, compré en sex shops y comí papas fritas frente a la estatua que nos recuerda que debemos respetar a lxs trabajadoras sexuales alrededor del mundo. También anduve vitrineando. Sería buen aporte tener historias sobre revolcones con Las Señoritas en los escaparates, pero eso lo estaría contando en fiestas y no en un blog. Con todo y todo, de entre el botín de ese día, este bombón de marihuana resultó ser mi souvenir más preciado.
En ese entonces no había probado la marihuana y decidí guardar el chupa-chups para una ocasión especial. Ya la tenía en mente, de hecho, una ocasión que ameritaba volarse. Por años había tenido en la mira participar en un concurso de novela de una Editorial Importante y ahora podía hacerlo. La historia de En caso de avistar monstruos marinos estaba terminada. Finalmente dejó de ser “algo que estoy escribiendo” y pasó a ser un *manuscrito*, un texto bien peinado y perfumado. Estaba listo para participar en el concurso.
Antes de armar el paquete que enviaría a la Editorial Importante, quedó una estampa para el recuerdo. El manuscrito elegantemente empastado a punto de meterse en el sobre de manila. El bombón de marihuana que me estaría esperando cuando volviera de la Oficina de Correos de Su Majestad La Reina. Mi calendario marcando octubre con un desconcertado Ziggy Stardust, a quien le recé para que me fuera bien.
Con el paso del tiempo, quedó claro que el manuscrito que envié no era más que un borrador. Le faltaba un trecho para convertirse en el libro que finalmente fue publicado. En ese periodo noté que las falencias de mi manuscrito, que me agenció rechazo tras rechazo, eran obviadas en otras obras que terminaban siendo aclamadas. Por supuesto que dolía. Tiempo después me encontré un tuit con la primera página de la novela ganadora del año que participé. La persona que analizaba esa página y yo, cada uno a su manera, nos hacíamos la misma pregunta: “¿y esta mierda ganó?”. Hasta mi borrador estaba mejor escrito.
Pero cuando volví de dejar mi paquete en el Correo de Su Majestad yo no sabía nada de esto. Desenvolví el bombón de marihuana felicitándome por mis buenas ideas y porque había escrito algo bonito. Estaba segura de que podía ganar o al menos lograr interés en el jurado para que publicaran el libro; eso era lo esencial. No me importaba el galardón, yo quería el respaldo. Pero no, perdí. Y a fin de cuentas, el bombón sabía a grama y no me hizo ningún efecto.