Me dieron un nombre, mi apodo en lengua de señas. Yo era de las pocas personas en ese grupo que no tenía uno; el apodo solo puede ser puesto por alguien de la comunidad sorda. Fue un regalo. Fue una persona que me enseñó mucho y me dio la bienvenida a su comunidad con los brazos abiertos. Me dio un nombre, una insignia, un marcador de identidad para moverme más fácilmente entre los suyos. Con eso pude iniciar mi presentación: hola, mi nombre es L-I-G-I-A y me llaman…