Columna publicada en la revista impresa MÁS Reino Unido el 31 de agosto de 2017.
Tengo un globo terráqueo en mi escritorio. Lo giro ocasionalmente para señalar mi posición actual, para ubicar islas que se hunden por el cambio climático, para angustiarme con el cinturón de fuego del Pacífico, y para conocer las regiones que tapizan el planeta. Pero las más de las veces, lo giro para ver hacia mi país. Apenas se ve en el mapa, en el Centro de América. Vivir en el extranjero me refuerza esa percepción de lejanía, como si viviera en la luna y me estuviera perdiendo de todo lo que está pasando en la Tierra.
Tengo internet para salvar parte de esa distancia. Las vidas de la gente que quiero, y de la gente que no me importa, y de la gente en medio de ambas categorías, todas esas vidas las sigo a través de pantallas. Las pantallas me muestran historias en las que yo no tengo nada que ver, y a veces eso resulta un alivio, pero lo habitual es que resulte frustrante. Alguna vez creí que podía hacer más por mi país de lo que en realidad podía; culpo a la pubertad por eso.
A medida que crecía surgió en mi la curiosidad por entender lo que pasaba en la sociedad. Esto fue gracias a cierto interés social que traía por defecto; a mi entorno familiar, con su propio historial de revolución y resistencia; y a mi querido colegio marca “en todo amar y servir” que nos orientaba al compromiso social. Me dio no solo por estar al tanto de las noticias, sino también por examinar los eventos a la luz de la historia del país. El Salvador es pródigo en violencias, y progresivamente comprendí las raíces de los problemas que constituían titulares noticiosos. También comprendí que estas raíces solían ocultarse, negarse, o distorsionarse. “Discurso oficial” ya eran palabras de grandes.
Mi yo adolescente-tardío quiso ayudar a contrarrestar la desinformación que, a mis ojos, plagaba a la sociedad. Abrí un pequeño sitio en internet donde recopilaba declaraciones de políticos y sus abordajes superficiales de la violencia, y los contrastaba con “la realidad”: documentos que rescataban la memoria historia, argumentos de individuos y grupos que cuestionaban o contradecían las declaraciones oficiales. En retrospectiva, aun ahora que tengo casi el doble de la edad de en ese entonces, creo que el sitio que monté no estaba nada mal. No creo que lo hayan leído más que unas cinco personas porque lo mío es atraer audiencias que me ignoran pero aun así: buen trabajo, yo.
La plataforma que alojaba ese material cerró, lo perdí casi todo (jaja), y me fui a abrir un blog. Resultó que tuve la misma idea que un montón de compatriotas que también abrieron blogs en esa época, algunos con temas sociopolíticos, otros con temas personales. La mayoría inició bajo seudónimos o anonimato, como había sido mi caso, porque en el país “uno nunca sabe”. Pero ese temor se fue perdiendo y hasta se convocaron reuniones sociales de gente que escribía en blogs. Nunca fui a una, pero igual terminé conociendo a muchas de esas personas y gané algunas amistades guapas que persisten hasta hoy. Luego vinieron las redes sociales con la revelación de la cara y el nombre. Llegaron los status y los 140 caracteres, amén de la ajetreada vida adulta, y los blogs pasaron a segundo plano.
Para ese entonces, me mudé a Chile y me propuse olvidar a El Salvador por un rato (sé que hablo mucho de mis procesos migratorios, pero es que ellos son probablemente lo único que me otorga un mínimo de street cred en esta vida). Se me había terminado el idealismo juvenil. Ahora que mi cerebro había alcanzado la madurez y yo tenía un título profesional, veía las cosas de modo distinto. Todavía pude haber llenado sitios web con todo lo que había que decir, y no guardar silencio siempre era necesario, pero eso no tenía incidencia, al menos viniendo de una doña nadie.
Entre Chile e Inglaterra, me pegó recio la conciencia de ser extranjera y resentía los comentarios del tipo “si no vive en este país, no opine”. Seguía siendo mi país, no era mi culpa que fuera uno tan hábil para expulsar a su propia gente. Me propuse volver a estar tan bien informada como si todavía viviera ahí. Comencé a suscribirme y a seguir medios de comunicación en línea, y personas específicas asociadas a ellos. Rápidamente resultó que algunos de esos medios ofrecían contenido risible, con titulares nada informativos en los que la oración ni siquiera tenía sujeto y la frase no transmitía contexto alguno. Uno pensaría que era una buena estrategia porque yo terminaba dando click en el enlace para saber de qué diablos me estaban hablando, pero rara vez resultaba algo relevante. Habitualmente me llevaban a notas sobre entes de la farándula nacional y los comentarios que reciben de sus seguidores o detractores en Instagram. Por otro lado, mis muros y timelines se llenaron de videos, y en algún lugar leí que ahora se tenía esa condescendencia con los millennials de creer que no leen (me cuesta llamarme millennial porque suena a un término para gente moderna y yo ya voy para anciana, pero, estrictamente, caigo en la categoría). Como alternativa, comencé a seguir a periódicos pequeños que habían proliferado en años recientes, pero los deseché pronto por su pésima redacción y el enfoque deshumanizante que les daban a las noticias, sobre todo las de hechos violentos; hay que tener tacto con nuestro lamentable deporte nacional.
No es que no haya medios de comunicación medianamente decentes. Con esos mi problema es otro. Cuando intento leer noticias o reportajes, termino dejando abierta la pestaña del navegador por días y al final la pierdo. Me entero al final por mis contactos en las redes sociales, que comentan lo ocurrido y comparten textos sobre lo acontecido, y termino tanto aburrida como indignada por la capacidad del país de hacerlo todo mal. A veces una persona poderosa y rastrera termina en la cárcel, o una persona pobre sale de ella cuando se comprueba que su “delito” fue sufrir un proceso biológico espontáneo. No es que las cosas no cambien en el país, pero generalmente cambian para peor. Afortunadamente, en las redes sociales también se encuentran agrupaciones de personas que intentan incidir en temas específicos con distintos grados de éxito.
Inevitablemente, es más fácil estar al tanto en temas que son relevantes a la región en la que vivo. Solo puedo ver una cara del globo terráqueo a la vez, pero eso no excluye que me interesen varias de sus caras El mundo está malito de todos lados, la gente está jodida en cualquier esquina a la que se voltee; siempre hay problemáticas sobre las cuales aprender y razones para no guardar silencio. Además, creo que logré equilibrar mi manera de informarme sobre mi país. Se lo que ocurre en él. No estoy al tanto como si viviera en mi ciudad natal, claro, leyendo los periódicos que sirven para desinformar, peleándome con los moderadores tendenciosos de un debate por televisión, y rabiando con editoriales retrógrados. Pero quiero creer que no hay nada malo en ahorrarme toda esa bilis.