Columna publicada en periódico El Faro el 27 de octubre de 2022
Cada vez que asoma en El Salvador el tema de la educación sexual integral se escuchan con más fuerza los clamores que aseguran que “a mis hijos los educo yo”, ante el temor de que en las escuelas y centros educativos –o en el canal estatal, como ocurrió recientemente– se les “adoctrine” e incite a iniciar su vida sexual. El desconocimiento es el principal factor que alimenta este temor, ya que entre los contenidos de la Educación Sexual Integral (ESI) no figura promover las relaciones sexuales; es más, logra aplazarlas. Sin embargo, el mito de que la educación sexual busca enseñar actividades sexuales a niños, niñas y adolescentes es lamentablemente popular en muchas sociedades. Nada pone a temblar a la gente como ver la materialización de la sexualidad y el género en cuerpos, expresiones y comportamientos –sobre todo cuando transgreden expectativas–, y entonces surge otra frase parental más reveladora: “¡¿cómo le explico eso a mis hijos?!” La pregunta principal debería ser, me parece, ¿quién educa a estos padres y madres?
El pánico moral ante estos temas se hizo patente una vez más en El Salvador el 26 de septiembre de 2022. El Canal 10, perteneciente al Estado, emitió un video que explicaba qué era la orientación sexual como parte de la franja “Aprendamos en casa”. Las denuncias de “promover la ideología de género” aparecieron rápidamente entre la ciudadanía y figuras públicas. El MINED señaló al Instituto Nacional de Formación Docente (INFOD) por incumplir estándares educativos y removió de su cargo al director, a pesar de que este video respondía al diseño curricular del MINED que data del 2013. La reestructuración del INFOD se presentó como un esfuerzo del gobierno por fortalecer valores. Esta justificación es poco sorprendente pero siempre alarmante, proviniendo de un Gobierno que tiene a su servicio el conservadurismo de buena parte de la población.
Este conservadurismo seguirá costándole el bienestar, la salud mental y hasta a la vida a miles de personas en el país. Le costará sobre todo a la niñez y adolescencia, pero también a quienes apoyan esta censura. Sin importar que sean temas que “no nos gustan“, silenciarlos sostiene un sistema que normaliza agresiones como el abuso sexual infantil, la violencia de hombres hacia mujeres y hacia otros hombres, y los crímenes de odio contra personas LGBTI. El silencio ha sido siempre un bien preciado para El Salvador. El silencio permite mantener jerarquías y abusos de poder y, por ende, la impunidad. La educación sexual integral, que fomenta el reconocimiento de la autonomía propia y el respeto a la autonomía de las otras personas, va en contra de este ideal de dominación.
No extraña, pero sí preocupa, que la sexualidad y el género rara vez se consideren componentes del bienestar, a pesar de que estos conceptos están a la base de nuestra identidad, nuestra noción de cuerpo, nuestras relaciones sociales y nuestra trayectoria de vida. Tampoco se piensa en la sexualidad y el género como factores que sirven para establecer los límites de lo aceptable y lo no aceptable en sistemas políticos, sociales, religiosos y económicos. Muchos padres que defienden educar a sus hijos en sexualidad solo sabrían hacerlo desde la moralidad, la enfermedad y la ilegalidad, y no desde lo que es en realidad: una dimensión más del desarrollo humano que se manifestará a lo largo de la vida de toda persona.
La ESI es una educación en valores como autonomía, responsabilidad, respeto, cuidado y honestidad, que prepara a las personas para tomar decisiones en torno a su cuerpo (lo cual jamás está separado de lo mental y lo afectivo). La Federación Internacional de Parentalidad Planificada la define como una intervención educativa para mejorar conocimientos, actitudes y habilidades en siete ámbitos: el género, la salud sexual y reproductiva, la ciudadanía sexual, el placer, la violencia, la diversidad y las relaciones. Más que fomentar las relaciones sexuales en jóvenes, logra que se aplacen, pues permite reflexionar, entre otras cosas, sobre las presiones y expectativas en torno a los roles de género.
Esperar hasta la adolescencia o la adultez para educar en sexualidad y el género es llegar muy tarde. La identidad de género se desarrolla a partir de los tres años, y las bases biológicas de la orientación sexual se desarrollan con procesos adrenérgicos pre-pubertales entre los cinco y ocho años (en estas edades no hablamos de atracción sino de excitabilidad). Todo esto se conjuga con el entorno sociocultural. Este es un desarrollo inherente al ser humano, sin importar que la persona llegue a ser heterosexual o no heterosexual, cisgénero o transgénero. La ESI propone programas educativos desde preescolar que no abordan la actividad sexual porque, obviamente, esta no es parte del desarrollo saludable de la infancia y la niñez. Sin embargo, véase la prevalencia de abuso sexual infantil y embarazo en niñas y adolescentes en El Salvador, y cómo algunos sectores de la sociedad lo justifican. Justamente por esto es esencial que niños y niñas conozcan desde temprano sus propios cuerpos y afectos, sus relaciones consigo mismos y con otras personas, y que sepan establecer y reconocer límites propios y ajenos. Es con estas bases que se llega a la adolescencia para hablar de comportamiento sexual responsable, salud sexual y reproductiva y, no menos importante, la vergüenza, el estigma y el poder en la cultura y los medios de comunicación.
La ESI también pasa por dos cosas. Primero, por dejar de idealizar la paternidad y la maternidad como un rol que automáticamente vuelve a alguien apto para educar. Procrear es relativamente sencillo, pero la crianza no es mero instinto. Los padres y madres que defienden educar a sus hijos en sexualidad y género también fueron niños y niñas a quienes se les negó la educación pertinente. Segundo, hay que dejar de lado el adultocentrismo. Muchos padres y madres no escuchan a sus hijos e hijas y en su lugar asumen que “no entienden”, “no saben”. Se niegan o minimizan sus dudas, su visión de mundo y sus experiencias en el plano corporal y afectivo. En muchos casos, estas actitudes permitirán encubrir casos de abuso sexual infantil que, sin la atención adecuada, impactarán al niño o niña por muchos años.
A fin de cuentas, la ESI es un asunto de bienestar, de salud y de dignidad. No busca la sexualización de las personas sino garantizar sus derechos humanos. En este sentido, la ESI también es urgente para las personas adultas, especialmente padres, madres, docentes y quienes toman decisiones en salud pública y educación. Hay lugares donde comenzar a educarse. No hace falta tener experticia en biología, sexualidad y género, o psicología del ciclo vital. Lo que se necesita es una disposición de curiosidad, de humildad, de respeto. Abordar la sexualidad y el género con un enfoque integral contribuye a mejorar el bienestar individual y social, pero está claro que este cambio sociocultural no lo veremos por televisión.