Año y medio más tarde, regresamos a los recintos que quedaron abandonados cuando el virus comenzó a arrasar con la vida como la conocimos. Oficinas con estantes cubiertos de polvo y plantitas muertas. Objetos perdidos y computadoras que necesitan horas para actualizarse, si es que encienden.
Uno entra en la oficina y no hay nadie más. La oscuridad y el silencio siguen ahí, a pesar de las luces encendidas y el ruido de los pasos exploratorios. Uno comienza a revisar todo aquello que quedó atrás, las pertenencias de personas que ya no volverán a esta oficina*. Lapiceros y cuadernos, una macetita con potencial y una lámina de stickers. Hay que separar la basura de lo valioso. Hay que recuperar todo lo que sirva, todo lo que sea un recurso, todo lo que pueda alegrarnos después de este apocalipsis y antes de que venga el siguiente.
*consiguieron otro trabajo o se fueron con beca, alabado sea.