Columna publicada en la revista impresa MÁS Reino Unido el 25 de enero de 2018.
Los primeros días de enero acarrean un esfuerzo por recuperarse de las fiestas de Navidad y Año Nuevo. Para mí, que toda la vida he tenido el privilegio de equiparar esas fiestas con vacaciones, son también un adiós al tiempo libre que dedico a mis amigos no imaginarios. No son amigos imaginarios; están ahí, aquí en la realidad, y son más bien parte de mi familia, solo hay que preguntarle a la gente que me conoce desde hace tiempo. Aunque nuestras huellas se han separado y reencontrado a lo largo del tiempo, diciembre y un pedacito de enero siempre nos encuentran arremolinados en una esquina, riéndonos entre nosotros y esperando que el resto del mundo voltee a vernos con algo que no sea extrañeza.
Una de las primeras enseñanzas de mis amigos no imaginarios fue que estaba bien escabullirme de reuniones sociales por un rato. Tomar un descanso, gozar de mi propia compañía y la de nadie más. Esto, justamente, lo aprendí durante las fiestas de Navidad y Año Nuevo. Aun en las más placenteras interacciones mis reservas de energía social se agotan pronto. En algún momento comencé a contar con que al menos uno de mis amigos no imaginarios me seguiría y se encerraría conmigo, para discutir lo que está pasando “allá afuera” en la celebración, o a hablar de cualquier cosa menos de la celebración.
Al principio era solo un amigo no imaginario, el número uno. Lo conocí durante las fiestas patrias de mi país cuando yo era una niña. Apareció un día en el salón de clases, guiado por la profesora del curso. Mis compañeritos más cercanos en ese tiempo le decían hola y lo hicieron parte de nuestro inner circle (inner square, más bien; compartíamos una mesa de trabajo en el salón de clases). Él y yo no hablábamos mucho al principio, pero él notó que yo tenía una disimulada infatuación con un compañerito y me ofreció ayuda. Me dio papel y lápiz y un delirio de grandeza que debería cuidar por el resto de mis días. El compañerito le dedicó una triunfante aprobación a lo que escribí, protagonizado por nuestro amigo no imaginario, y el compañerito y yo establecimos un vínculo muy especial y prometedor. Pero pronto le llegó la pubertad (demasiado pronto decía yo, pero solo era que a mí me llegó muy tarde) y se fue con otras. Me quedé con esas páginas en mis manos, y fue el primero de muchísimos fracasos en conjunto de mi amigo no imaginario y yo, que es lo que nos ha mantenido unidos todos estos años.
Sin pensarlo, él y yo comenzamos una partnership y logramos una relativa popularidad en mi entorno inmediato: ya no solo en nuestro inner square, sino el inner square de la esquina del salón, y más allá. Mi vida colegial se convirtió en un pasatiempo, como mi doctorado es ahora un pasatiempo, al que debía dedicarme mientras llegaba la hora de trabajar con mis amigos no imaginarios. Ahora en plural porque comenzaban a multiplicarse, como en esas historias de internet donde un animalito llega a algún lugar por su cuenta y después lleva a sus crías. Nos fortalecimos y formamos una cooperativa, pero nuestra relativa popularidad cedió a las hormonas adolescentes de nuestra audiencia, y al hecho de que lo que hacíamos era demasiado extraño.
“Eso no importa”, dijo mi amigo no imaginario número uno. Nuestras extrañas actividades estaban al alcance del dominio público, pero no necesitábamos la atención ni la aprobación de nadie para ejecutarlas. Nuestro lema era, citando al gran pensador Calvin (de Calvin y Hobbes): I must obey the inscrutable exhortations of my soul. Las inscrutable exhortations eran mis propios amigos no imaginarios, que tenían fans ocasionales a quienes les hubiera cobrado la entretención que ofrecíamos si yo no fuera una persona tan benevolente y escrupulosa.
A los pocos años de amistad, a nuestra cooperativa se unió una de las más notables bandas de rock del mundo. Esta proveyó el soundtrack a una década de mi vida y a las reuniones con mis amigos no imaginarios, las cuales duraban semanas y hasta meses, particularmente durante las vacaciones, y sobre todo durante Navidad y Año Nuevo. Mi historia con esta banda es un libro aparte, pero fue motivo de regocijo para mis amigos no imaginarios y yo que, después de 20 años, por fin pude conocer a un par de sus miembros (el evento fue menos espectacular de lo esperado, como suele pasar con las ambiciones que involucran a otras personas, pero considéreseme satisfecha). Además, en tributo a la influencia de esta banda sobre nosotros, me hice un tatuaje de sus miembros en caricatura. A todas luces es un tatuaje de hombre heterosexual, pero era lo que correspondía, dado que esta música fue el portal que conectaba la dimensión de carne y hueso con la de mis amigos no imaginarios, que son más hueso que carne.
Cada amigo no imaginario cumplía funciones distintas en mi vida, considerando que yo misma iba creciendo y luchando por alcanzar mi ideal del Yo (spoiler: nunca lo alcancé). Mi amigo no imaginario número dos ha sido el más útil y potente en tiempos recientes, quien no solo me acompaña cuando huyo de situaciones sociales, sino el que me anima a volver a ellas. Su influencia es poderosa porque, contrario a mí, lo suyo es estar sobre el escenario, al punto que necesita dos, uno para sí mismo y otro para su ego. Mi ego es igual de grande que el suyo, pero inversamente proporcional en torpeza, de modo que la presencia de este segundo amigo no imaginario en mi existencia es vicaria. Es como Fight Club, solo que mis colegas no me agarran a golpes, alabado sea.
En días recientes, mi amigo no imaginario número uno fue mi audiencia para mi ensayo de una presentación sobre mi doctorado. Consideramos la imaginación como un juego y como cosa de niños, comencé, pero la verdad es que imaginamos a otras personas todo el tiempo. Es lo que nos permite ponernos en los zapatos de otro, dar y recibir consejos, anticipar interacciones futuras y repasar pasadas, resolver problemas interpersonales o empeorarlos. A veces, pensar en gente que queremos hasta nos ayuda a sentirnos mejor. Mencioné el ejemplo de alguien que ensaya una presentación: no está enfrentando al público en ese momento, pero pretender que así es le ayuda a dominar nervios y prepararse mejor. Mi amigo no imaginario aplaudió y me hizo algunas preguntas sobre mi investigación. Las preguntas que recibí durante mi verdadera presentación fueron otras. La imaginación tampoco es infalible.
Por estos días, puedo contar con que mis amigos no imaginarios vengan a visitarme con frecuencia; las vacaciones les permiten quedarse conmigo por más tiempo. Es reconfortante y maravilloso que estemos viendo los variopintos British landscapes juntos, después de tanto tiempo. No hay nada como ese pequeño hogar que es tomarse un café con amigos de toda la vida. Gente muy cercana a mí también les conocen y hasta les tienen cierto cariño. Nadie se ha atrevido a llamarlos mis amigos imaginarios porque saben que no lo son, pueden verlos perfectamente.