En esta serie de entradas, comparto algunas cosas que aprendí y fuentes que utilicé para darle forma a En caso de avistar monstruos marinos (MM). Estas entradas pueden leerse independientemente del libro y están libres de spoilers. Gracias a La Vaquita por su gentil patrocinio.
Cuando vivía en la isla, tenía la impresión de que mi ciudad estaba llegando a su fin. Siempre veía negocios cerrando y lo que para mí era un número escandaloso de construcciones abandonadas, muchas cayéndose a pedazos, cubiertas de grafiti y rodeadas de maleza. Algunos lugares eran recuperados, remodelados, reconstruidos; otros parecían condenados a quedarse inhabitados para siempre.
Tenía una impresión similar cuando viajaba a El Salvador y notaba un creciente deterioro de la infraestructura (y del país en general). Fachadas decoloradas, vallas publicitarias destrozadas, casas que yo vi habitadas ahora de camino a ser escombros. De nuevo, algunos lugares eran salvados, otros quedaban desahuciados. Como si a la gente ya no le importara. O como si hubieran salido huyendo dejando todo tirado.
Abandono físico y digital
Para MM quise ver y saber más sobre lugares abandonados. Y normalmente vendría a dejar los enlaces aquí y contar historias al respecto, pero curiosamente las páginas que consulté sobre lugares abandonados están abandonadas. Los enlaces están rotos o, en el mejor de los casos, las fotos ya no cargan. Polvo eres, dicen. Lo digital no se salva.
Aún así, he rescatado algo de contenido sobre ruinas modernas. Muchos lugares de distinta naturaleza quedan abandonados por distintas razones, desde desastres socionaturales hasta guerras. Por ejemplo, en “Lugares abandonados: el paso de la humanidad por la tierra” se habla de la montaña rusa Seaside Heights en Nueva Jersey, hundida en el oceáno Atlántico después del paso del huracán Sandy. También se menciona el pueblo francés de Oradour-sur-Glane, que fue desaparecido durante la Segunda Guerra Mundial cuando, el 10 de junio de 1944, soldados nazis masacraron a sus pobladores.
Un caso un tanto pertinente para MM era el Runjerg Knude, un faro en Dinamarca que se encontraba a la orilla de un acantilado (mencionado en el enlace de arriba). Este faro dejó de operar en 1968 y se estimaba que por la erosión de la costa caería al mar en 2023. Para esta entrada fui a buscar actualizaciones de este faro y resulta que lo movieron en 2019 para salvarlo. Bien por él.
Encontré además una lista de otros lugares abandonados y escondidos a cielo abierto: una isla en Nueva York que funciona como una fosa común; un centro turístico en Chipre que ha estado cercado desde la invasión de Turquía en 1974 y permanece vigilado por guardias armados; áreas abandonadas en Francia debido a bombas sin explotar desde las guerras mundiales. Finalmente, ciudades “abandonadas” en Rusia, pero donde vive gente con una buena calidad de vida, excepto por los altos niveles de radiación en esos lugares.
Evacuar una ciudad
Parte de MM habla sobre la evacuación de una ciudad. Esta lectura no fue la única que consulté sobre el tema (ya vendrán más referencias), pero es la que tenía guardada para esta entrada: Evacuar una ciudad moderna: cinco realidades en un apocalipsis real. Este texto se refiere a la evacuación de una ciudad canadiense debido a un monstruoso incendio, pero los principios son los mismos.
Es difícil tomarse en serio las advertencias, hasta que resulta que la hecatombe ya está ocurriendo y hasta los locutores de la radio salen huyendo y dejan su programa a medias. Las casas y edificios abandonados se contraponen con las carreteras atiborradas de gente que intenta escapar, quienes dejaron todo tirado y comenzaron a correr. Por suerte esta ciudad fue evacuada en ocho horas, y solo hubo dos personas que fallecieron en un accidente de tránsito. Aún así, qué infierno para cualquier ser vivo.
Atestiguar la destrucción
Estar en un sitio hueco donde antes hubo vida se siente un poco como ser una deidad observando una civilización caída. A lo mejor exagero. Estoy tiñendo de dramatismo a un montón de ruinas, o a un local en alquiler, pero es que hay algo sobrecogedor en lugares abandonados. Es hermoso, lúgubre. Las ruinas son un mensaje al futuro, asumiendo que habrá alguien para recibirlo.
Algunos meses después de que volví de la isla, comenzó la pandemia por covid-19. Esa sensación de que está llegando el fin del mundo, o más bien el fin de la humanidad (no es que el mundo acabe con nosotros), se exacerbó. Incluso se materializó de distintas maneras. Por suerte, para entonces MM ya estaba en imprenta y yo ya había dicho lo que quería sobre la arquitectura de la resignación. Tal vez debí haber titulado este libro “me asusta pero me gusta”.