Una historia en la que pienso con frecuencia:
Lyal Watson describió un encuentro conmovedor que presenció mientras contemplaba una ballena desde lo alto de unos acantilados en la costa sudafricana.
“Desde lo alto de ese acantilado, sentía como una especie de reverberación en el mismo aire […] La ballena había vuelto a sumergirse, pero yo aún notaba algo. Tenía la impresión de que la extraña cadencia nacía ahora a mi espalda, venía de la tierra, así que me di vuelta para mirar al otro lado de la garganta […], mi corazón se detuvo […]
Bajo la sombra de un árbol, había un elefante […] ¡qué contemplaba el mar! Era una hombre con el colmillo izquierdo partido en la base. […] Sabía quién era, quién tenía que ser. La reconocí pues la había visto en una fotografía de color distribuida por el Departamento de Aguas y Bosques, con el título de «La última superviviente de Knysna». Tenía a la matriarca ante mí […].
En la selva no le quedaba nadie con quien hablar, por eso estaba ahí. Había acudido a las puertas del océano buscando otra fuente de infrasonidos, la más cercana y poderosa. El murmullo del oleaje está en su mismo rango de frecuencias; es un bálsamo reparador para un animal acostumbrado a estar rodeado de frecuencias bajas y reconfortantes, de los sonidos de la tribu, y ahora, esta era la mejor opción.
Me robó el corazón. La mera idea de esta abuela de tantas criaturas, sola por primera vez en su vida, me resultaba desgarradora; a mi mente venían, como conjuradas, otras tantas almas ancianas y solitarias. Pero, en el punto en que esta pena profunda iba a hundirme del todo, ocurrió algo aún más extraordinario […].
El aire, de nuevo, vibraba. Lo sentía y empezaba a comprender el porqué. La ballena azul había emergido y estaba orientada hacia la costa, inmóvil, con el espiráculo visible. ¡La matriarca estaba aquí por la ballena! El animal más grande del mar y el más grande de la tierra estaban a menos de cien metros, ¡y yo estaba convencido de que estaban comunicándose! Estas dos ancianas, adorables y excepcionales, valiéndose de sus enormes cerebros y su larga experiencia, me ofrecían un concierto de infrasonidos en el que dialogaban de todas las cosas que tenían en común: el esfuerzo que requería traer al mundo a unos poquitos, y muy valiosos, vástagos; la importancia y los placeres de pertenecer a una sociedad compleja. Como dos abuelas que charlan cada una a un lado de la valla del jardín, se compadecían, de mujer a mujer, de matriarca a matriarca, aunque fueran casi las últimas representantes de su especie.
Di media vuelta intentando contener las lágrimas, y las dejé con sus cosas. No era aquel un lugar para un simple hombre […] .”
Extracto de Elephantoms. Tracking the elephants, de L. Watson, reproducido en Mentes maravillosas. Lo que piensan y sienten los animales (pp. 117-188) de Carl Safina.
Y aquí el canto de una ballena: