En esta serie de entradas, comparto algunas cosas que aprendí y fuentes que utilicé para darle forma a En caso de avistar monstruos marinos (MM). Estas entradas pueden leerse independientemente del libro y están libres de spoilers. Gracias a La Vaquita por su gentil patrocinio.
La muerte y el amor son temas universales, al menos para quienes habitamos el planeta Tierra. Por la fuerza que ejercen en nuestras vidas, dentro de las historias el amor promete ser un motivo válido, la muerte un plot twist y ambas un clímax memorable. Aún cuando no son el foco de la trama, el amor y la muerte componen las experiencias más eufóricas y dolorosas, las más mundanas y sublimes de la humanidad (y de otras especies animales; recomiendo Mentes maravillosas).
Uno de los primeros términos que aprendí en psicología, que me permitía reírme de gente que me rodeaba, fue limeranza, una especie de amor obsesivo. En esa página que enlazo mencionan al psicólogo Albert Wakin, quien se dedica a explorar este lado patológico del amor. El término limeranza fue acuñado por Dorothy Tennov en 1979, tras estudiar las etapas iniciales de las relaciones románticas, en las que se sufre pero se goza. A quién no le ha pasado.
Aquí hay otro artículo sobre el amor obsesivo que revisé en su momento. Esta etiqueta no es un diagnóstico clínico, no es una enfermedad ni una condición que aparece en las clasificaciones de enfermedades (aunque Wakin arriba propone que así sea). No obstante, esta manera tan sandunguera de engancharse conlleva una serie de síntomas y puede asociarse con condiciones de salud mental. Una de estas viene en alguna entrada futura.
Ahora, la cuestión de la muerte. No puedo ser ambiciosa con este tema y me voy a referir a dos aspectos concretos. El primero es qué hacer con el cuerpo. Desde que conocí los cementerios me entró una pequeña angustia sobre en qué momento deja de crecer un cementerio si la gente no para de morir. Adónde más pueden ir a parar nuestros envases. Qué opciones tendremos a medida que se deteriora el medio ambiente, a causa de mil y un factores y encima porque cuando enterramos gente no va al hoyo solo el cuerpo sino también los materiales que componen el ataúd.
Con estas preguntas en mente, di con un artículo sobre los eco-entierros. En este texto hablan de las desventajas de los entierros, como lo que mencioné arriba. Cremar o embalsamar cadáveres también tiene desventajas; en el primer caso, por las emisiones de carbón y mercurio a partir de los rellenos/tapaduras/empastes dentales (tanto español para un solo procedimiento, Dios padre). En el segundo caso, por el aumento del riesgo de cáncer y problemas respiratorios en trabajadores mortuarios por embalsamar con formaldehído.
Ese artículo explica que existen otras opciones “ecológicas”, como realizar la cremación junto con productos que estimulan el crecimiento de corales y arrecifes. A lo mejor es un tanto jipi y un tanto oneroso, y a lo mejor nunca habrá una manera que garantice que no sigamos contaminando el medio ambiente tras estirar la pata, pero me gustó la idea de esos rituales que reconectan la muerte con la naturaleza. Prefiero no compartirlos pero no es muy difícil hallar videos conmovedores de funerales en el mar.
Un segundo aspecto concreto de la muerte que me interesaba era algunas formas menos convencionales pero igualmente devastadoras de dejar este mundo. Hablando de conectar la muerte y la naturaleza: una manera de muerte natural es la muerte súbita cardíaca. Más información sobre esto, incluyendo los síntomas de la muerte súbita, se encuentre en este artículo. También se puede morir por las bacterias que cada vez más son resistentes a los antibióticos, o tal vez nos lleven microbios que surjan con el deshielo (juro que guardé un artículo que habla de eso, pero no lo encuentro. Tal vez cuando prepare la entrada sobre *redoble de tambor* derretimiento de glaciares).
(Esto no tiene que ver con MM, pero ya que estamos con bacterias, FUN FACTS: hace algunos años, una lluvia en el desierto de Atacama, en Chile, mató al 87% de las bacterias que, acostumbradas al clima árido, estallaron al absorber demasiada agua. Por otro lado, también hace unos años un equipo de investigadores reportó que hay bacterias estomacales que se alimentan de químicos cerebrales, lo que podría explicar por qué la flora y fauna del sistema digestivo parecen afectar el humor.)
Un último dato sobre maneras de morir proviene de una página que he guardado desde mis inicios en internet. Incluso el diseño de esa página grita 1998. Este tema es delicado y en la página se aclara que se comparte con propósitos informativos: es la transcripción de un video en el que Jerry Hunt, un hombre con una enfermedad terminal, explica cómo quitarse la vida inhalando monóxido de carbono. No sé cómo continuar este párrafo, que quede hasta aquí.
Finalmente, ¿qué tiene que ver el café con todo esto? Nada. O todo, si usted es de aquellas personas para quienes tomar café es cuestión de vida o muerte, o de quienes dicen que el café se parece tanto al amor. Yo solo dejo esto aquí porque no tengo donde más ponerlo y es parte la vida cotidiana de la agonizante Colmenas del siglo XXII: el café podría desaparecer a causa del cambio climático en el 2080.
Según ese artículo, se proyecta que el incremento de las temperaturas y la expansión de hongos y otras enfermedades harán desaparecer buena parte de las plantaciones de café a nivel mundial. Podríamos apuntar a combatir el cambio climático para no dejarle un mundo descafeinado a las generaciones futuras (entre otras cosas). Así como va todo, sin embargo, quizás solo nos queda resignarnos a buscar un sustituto decente del café.