Era el 26 de diciembre de 2004. Hicimos el esfuerzo de coincidir todos en esa habitación, en esa ciudad. De repente tuvimos que sintonizar las noticias. Nos arremolinamos frente a la televisión para espantarnos con las imágenes del terremoto y tsunami que estaba destruyendo varios países. Las olas descomunales en la pantalla parecían tener la ira suficiente para alcanzarnos al otro lado del mundo en cuestión de minutos.