A diario escucho el bullicio de la ciudad, el ruido del tráfico y los conductores exasperados. A diario, también, suena un zumbido agudo e interminable de máquinas: sierras, podadoras, edificios en construcción. Maje, callate, le suplico al mundo y a nadie en particular. Al menos puedo cerrar mis ventanas de doble cristal y eso alivia mis oídos. Pero me queda martillando en la cabeza el revolotear de los pájaros y otros vecinos no humanos que no tienen cómo escapar de los seres humanos.